“Encontrar amistades con tu mismo desorden mental, y tomarnos juntos una cerveza…no tiene precio.”
El texto corresponde al tercer mensaje motivador que el piloto cuencano Daniel Moreira dejó en el chat grupal de la bandada del Nido de Águilas, el último domingo, antes de las siete de la mañana. Los dos anteriores apuntaban a igual objetivo: hacer de aquel, un gran día de revoloteo.
Era una mañana llena de señales. Seis pilotos embarcados en una camioneta: Daniel Moreira, Christian Noboa, Walter Vázquez, Ricardo Tello, Lenin Córdova y Ernesto Ochoa, “el Quaker”, en su primer “fly” en Barabón. No habíamos recorrido el primer kilómetro del trayecto cuando Daniel “el Capi” Moreira lanzó otra señal: “compas, compas escuchen la siguiente sentencia: más vale un mal día de vuelo, que un día bueno de trabajo”. Los más convencidos festejaron ruidosamente. Los que lo han verificado al menos una vez a la semana, asintieron. Y los que nunca lo han hecho, juraron que lo comprobarían lo más pronto posible.
Mientras, había que apurar el paso al despegue del Nido de las Águilas, a 3.600 metros sobre el nivel del mar, al extremo Oeste de la ciudad, sobre el cerro Barabón, dignísimo esposo del cerro Cabogana. Cerca del mediodía, el Chamán (con ce) Córdova se adelantó para abrir la ruta y guiar a Quaker en su primera remontada fuera del voladero de escuela: salida perfecta, planeo en buena línea, destrucción, aproximación, aterrizaje, cinco kilómetros más adelante y pocos minutos después de Lenin.
El tercero en salir fue el Capi. Despegue controlado, enganche en la térmica de servicio y se pasó cerca de 20 minutos sobrevolando las cabezas de los que aguardábamos en el despegue. Enfrentó hacia el valle y con mucha lógica se puso viento en cola hasta perderse en el horizonte.
Noboa pinchó en el oficial con un perfecto aterrizaje de cuatro puntos; Tello peleó por el honor de no pinchar en el humilladero y llegar al oficial, y Walter Vázquez enfiló al Sur, tras Daniel, que a esa hora giraba sobre las torres de la iglesia matriz de la parroquia Baños, un sector de vuelo del cual difícilmente se retorna al aterrizadero oficial.
Una vez verificado que la iglesia de esa parroquia de las piscinas termales y del volcán inactivo, era una réplica de la catedral nueva de Cuenca, Danielito se dirigió a la cancha de la escuela de fútbol del sector: aproximó entre dos puntos referenciales con giros muy cerrados; con altura controlada entró en final y por poco mete un gol con su vela. La última de las señales de aquel día se había cumplido: “Capi” Moreira lleva un par de décadas volando y el del domingo 18 de abril fue el primer aterrizaje fuera de la sede oficial: Daniel estaba en otro vuelo.
Cuando brindábamos con extracto de cebada por el primer de muchos vuelos en modo cross, compartió el reto que lo llevó a romper con su tradición: “escuché que antes de cada vuelo hay que fijar un objetivo, y el mío fue –solo por hoy- aterrizar en otro lugar”.
Fue el mejor vuelo de la jornada. Aunque no el único.
Walter Vázquez también tomó una decisión similar, también se fue para Baños, también aterrizó junto a Daniel, también dibujó una sonrisa que de seguro le dura hasta hoy. Pero el ejemplo lo puso el Daniel el travieso, el de las señales, el de los retos, el de las bielas con sus hermanos de aire con desórdenes mentales.
Una jornada para festejar con otro vuelo así sea malo, porque siempre será preferible un mal día de vuelo, que un buen día de trabajo.
por Ricardo Tello