Por Ricardo Tello
El Tigre era una especie de hombre fuera de serie. Un consumado amante de los riesgos. Un volador permanente; como si se hubiera dedicado a ser soldado, un denodado comando de la patria solamente para que en su jubilación lo dejen volar. Volar. Siempre volar.
Con su vozarrón de comandante acompañaba las mañanas y las tardes y las noches de fiesta y camaradería en las que se convertían las competencias de parapente en Bototillo, en La Silla, o en los festivales a los que acudía con puntualidad suiza. O de ex militar. O de un piloto a tiempo completo.
Siempre dispuesto al consejo. A la recomendación. A la anécdota. “Limón en cruz”, fue la última recomendación que me dio en una competencia, cuando le hablé de mi malestar estomacal. Y el consejo arrancó sonrisas, hasta carcajadas entre quienes ya habían sido víctimas del humor mordaz y descarnado de El Tigre.
Gozaba de una bien ganada fama: cruzarse el Jumangi con 500 metros de altura, una maniobra que solo un comando jubilado puede arriesgarse a asumir. Además era buen mecánico, excelente enfermero de guerra, entendido instructor avanzado, aceptable reparador de líneas, creativo cocinero de turno, experimentado chofer de nadie, pulido asistente de transmisiones, experto tendedor de velas, buena momia de viento, fluido hacedor de goles, sabio consejero, amoroso padrino, mágico orador improvisado, entonado cantante bohemio, feroz amante legal e ilegal… en definitiva le gustaba “chuparle el tuétano al hueso de la vida”.
El Tigre gozaba íntimamente de estar permanentemente en el aire, girando termales, desafiando nubes y lluvias, planeando líneas, ensayando aterrizajes. También apoyando a “los pollitos”, como él llamaba a sus alumnos iniciales y ocasionales.
Corría con mucha suerte: sus anécdotas eran temerarias, prevenibles, no aconsejables, pero él las asumía con mucha suerte, creyéndose casi un inmortal. Hasta que se le acabó, y el seis de enero se convirtió en la primera víctima del 2019. Quizá la única, de las pocas en la historia de este deporte.
El Tigre, el infante de marina Anibal Rivera, el buen compañero, el infaltable en el cielo competitivo se escapó a la vida, se encontró con la tremenda, con la inexorable, con la inaplazable, con la suprema, y juntos se fueron por allí, donde ya no hay tiempo extra, ni salvadas del piso, ni segundas oportunidades.
Nos dejó muchas lecciones, sobre lo que se debe y no se debe hacer. Fue un buen ser humano, pero también uno lleno de errores. Es decir, un ser humano como todos, nada extraordinario, todo extraordinario. Era El Tigre. El comando. Era, el aguerrido y valiente soldado.
Leave A Comment